POR JAVIER MOLINS Martes , 13-04-10

¿COMO puede alguien aficionarse al maratón sin ni siquiera correr ni un metro? Pues leyendo el libro autobiográfico de Haruki Murakami titulado en francés «Autoportrait de l´auteur en coureur de fond» y que ahora llegaba a España con el nombre de «De qué hablo cuando hablo de correr» (la traducción del original japonés «Hashiru koto ni tsuite kataru toki ni boku no kataru koto» permanecía como un enigma indescifrable pero que, a simple vista y dada su longitud, indicaba que no correspondía con ninguno de los dos títulos anteriores).
Nunca un tema que le había interesado tan poco podía haberle llegado a interesar tanto después de haber leído este libro. Murakami corría diez kilómetros al día, durante seis días a la semana y un maratón cada año. Todo el libro venía a ser un símil entre la vida del corredor de fondo y la del escritor. Algo totalmente extrapolable a casi todas la facetas de la vida.
Ante la pregunta de cuál era la característica más importante que debía poseer un novelista, Murakami contestaba que el talento. Sin embargo, ese talento sin concentración servía de bien poco y si esa concentración no se repetía a lo largo de un periodo largo de tiempo, uno nunca podría llegar a crear una buena novela, señalaba el autor japonés. Esas tres características: talento, concentración y perseverancia serían las mismas que necesitaría un corredor para poder finalizar un maratón con éxito.
A lo largo de este diario de un corredor, el lector podía comprobar cómo correr era una manera de conocerse a uno mismo, de ser consciente de tus límites, de tu capacidad de sufrimiento y de lo que estabas dispuesto a sacrificarte por alcanzar un objetivo, la meta que uno se había autoimpuesto.
En este sentido, eran memorables los pasajes en los que narraba el trayecto que el propio autor realizó desde Atenas hasta Maratón, emulando al revés el origen de esta práctica, o el supermaratón de 100 kilómetros para el que necesitó más de ocho horas y una capacidad de resistencia sobrehumana.
Una imagen del escritor alejada de esa imagen tópica de los escritores como seres bohemios que llevan una vida desordenada similar a la de los artistas, y que hemos podido contemplar en infinidad de películas, empezando por «El loco del pelo rojo», que retrataba la vida de Vincent van Gogh y que dejaba bien claro desde el mismo título cuál era la visión que quería dar de los creadores. Este y muchos otros temas desfilaban por las páginas de este libro y por la mente de su autor mientras corría o escribía, dos prácticas claramente diferenciadas pero que en este relato se cruzaban constantemente de modo que ya no se sabía cuándo se hablaba de una o de la otra. La vida, al fin y al cabo, no dejaba de ser una carrera de fondo.

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